Como inspector en jefe de justicia en el palacio de justicia de Laubach, Kellner tenía conocimiento de primera mano de cómo los nazis estaban torciendo las leyes de Alemania. Después de expresarse durante años, Kellner sabía que si continuaba sería amenazado con ser recluido en un campo de concentración, así que continuó con su protesta desde la clandestinidad. Comenzó un diario al que llamó “Mi resistencia”.
En el transcurso de la Segunda Guerra Mundial, Kellner escribió 10 libretas que mantuvo en una cámara secreta detrás del gabinete de su comedor. Poco antes de su muerte en 1968, Kellner dio sus libretas a su nieto estadounidense, Scott Kellner, con la esperanza de que su recuento como testigo diese a futuras generaciones “un arma en contra del resurgimiento de dicho mal”.